Marketing del Tercer Mundo
Rodrigo Solís.
Siempre me ha sorprendido, y quizá por eso tengo un estudio de diseño y publicidad, el modo en que las personas utilizan la creatividad para vender lo que sea. En especial las tiendas de la esquina: tendejones, fondas, peluquerías, etcétera, cuyos propietarios, ante la falta de recursos para contratar los servicios de un diseñador gráfico profesional, abren el cajón derecho del cerebro y nos obsequian verdaderas obras maestras en las fachadas de sus establecimientos.
Están desde los clásicos “Pintamos casas a domicilio” y “Vendemos hielo bien frío” hasta los pollos multifacéticos: el invidente cumbianchero, el cocinero fanático del Chavo del 8 y el travesti (una carnicería, una taquería y una pollería); el monstruo de bíceps en los antebrazos (un gimnasio); los oseznos prófugos del hiperrealismo salvaje (una sala de fiestas infantiles); la estrella del porno muy bien peinada y las microempresarias que se sienten modelos (estéticas de belleza); el emprendedor que pone a prueba la fuerza de voluntad de sus vecinos de Alcohólicos Anónimos (un expendio de cervezas); la panadería para consumidores con un IQ de al menos 560 (La Biblioteca Del sabor); el tendejón que rinde honor a criaturas mitológicas de la cultura popular (El Chupacabras); la heladería con ínfulas de tlapalería (La Brocha) y la tienda de abarrotes aspirante a taller mecánico (El Motor Eléctrico); hasta llegar finalmente al negocio más insólito de todos (Bicipollo), donde no venden bicicletas, ni pollos.
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Estos artistas de la mercadotecnia, por desgracia, están en vía de extinción, desde que levantaron la mirada al cielo en busca de las musas y en su lugar se toparon con espectaculares poco creativos que anunciaban la nueva línea de hamburguesas a la parrilla, la nueva bebida energética gasificada y los nuevos planes de telefonía celular, haciéndoles creer que ha llegado la hora de pasar la estafeta a las nuevas generaciones que asisten a las decenas de licenciaturas donde jóvenes acicalados y sonrientes aprenden a buscar nuevas formas de obstruir el paisaje celeste.
Vaciados los bolsillos, asumen que sus retoños saldrán convertidos en ejecutivos de corbata que sacarán a flote el negocio amenazado por la globalización y los tratados de libre comercio, que han traído consigo una invasión de franquicias nacionales y extranjeras que les roban la clientela de la cual gozaron toda la vida.
Resultado: los flamantes licenciados sacan de la chistera la idea de “Promoción al 2 x 1 en todos los productos de la tienda”, y para hacérselo saber al mundo, hipotecan el resto del patrimonio familiar para aparecer en revistas gratuitas que nadie lee y contratar los servicios de empresas que imprimen, tiran y reparten volantes en las avenidas y en los garajes de las casas del vecindario, papelitos que los “clientes potenciales”, en caso de recibirlos, no dudan en hacerlos bolita y justificar un aumento de sueldo en los recolectores de la basura.
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